La inversión extranjera directa es necesaria para diversificar las fuentes de ingreso de las empresas y se ha generalizado en las últimas décadas. En nuestro Máster en Administración de Empresas (MBA) se trata esta temática. Conoce más detalles.
La inversión directa extranjera se puede definir como aquella que una persona física o jurídica realiza en un país distinto de donde está domiciliada con el objetivo de establecer una filial propia o comprar una empresa ya existente. Se diferencia de las inversiones en fondos de inversión y en acciones porque hay interés en gestionar la compañía.
Las inversiones exteriores tienen una serie de características específicas que las diferencian de otras modalidades. Damos por supuesto que se entiende que la empresa adquirente es siempre de capital mayoritariamente foráneo. Concretamente, destacamos estas dos condiciones adicionales:
Una inversión extranjera, si es directa, tiene vocación a largo plazo. Esto es, no se fija un ciclo de inversión de meses o de un año. Por lo general, la idea es estar un mínimo de 5 a 10 años. Esto tiene lógica si pensamos en que, la mayoría de las veces, el capital desembolsado es elevado, y debe pasar un tiempo para generar el retorno. La apuesta por un mercado, cuando se hace de esta forma, es estratégica y conlleva un compromiso.
La inversión implica, siempre, una participación en la gestión de la compañía, parcial o total. Por esa razón, raramente es inferior a un 10 % del capital de una empresa, si esa es la fórmula elegida. No en vano, se pretende contar con voz y voto en las decisiones estratégicas. En caso contrario, no diferenciaríamos este tipo de inversión de aquellas que buscan rentabilidad a corto plazo, ya sea a través de fondos o de acciones.
Hay varios tipos de inversión extranjera en empresas, en función de su tipología y si se empieza de cero o se adquieren compañías ya existentes. Veamos:
Compra o fusión con otra empresa: en este caso, se compra total o parcialmente una compañía que ya está funcionando. A veces, mediante la adquisición directa del capital social y otras, mediante la fusión. La condición es que la compañía que se adquiere esté en el extranjero. Se puede hacer de forma amistosa o, en una empresa cotizada en el mercado de valores, mediante una OPA (Oferta Pública de Adquisición).
Inversión Greenfield: esta es la inversión más ambiciosa porque exige comprar los activos necesarios para iniciar la actividad de cero en el país. Esto exigirá buscar un emplazamiento, contratar al personal y conocer la legislación del país destinatario. Es más costosa en empresas industriales o logísticas, pero también es posible en otros sectores de actividad.
Inversión horizontal: la inversión horizontal es aquella en la que una empresa establece una filial o una infraestructura propia de la misma línea de negocio. Caso, por ejemplo, de los gigantes de la moda.
Inversión vertical: la inversión vertical exige un desembolso para que parte de la actividad de su cadena de valor se realice fuera del país de origen. Un ejemplo serían determinadas empresas de automoción que instalan fábricas en otros países para deslocalizar la producción. Es una inversión muy costosa, pero también es la más estable a medio y largo plazo.
Joint Venture: la Joint Venture es una fórmula a medio camino entre la adquisición y la inversión Greenfield. En este caso, se establece una alianza con una empresa radicada en el extranjero para compartir know-how y activos a cambio de una participación en el capital de esta. Muchas veces, esta inversión tiene un horizonte temporal limitado.
Las inversiones directas comportan numerosas ventajas para las empresas que las realizan, pero también para los países de acogida. Por esta razón, en la mayoría de los casos, son bien recibidas. Estos son los principales ejemplos:
Apertura de nuevos mercados: en las inversiones extranjeras, es posible abrir nuevos mercados. Por ejemplo, si lo que se quiere es aprovechar contextos emergentes, esta es una buena opción. Esta opción es especialmente interesante si la empresa tiene un mercado saturado en su país de origen.
Rebaja de costes de producción: algunas inversiones extranjeras, como las verticales, ayudan a rebajar los costes de producción. La deslocalización, precisamente, tiene ese objetivo, en determinadas partes de la cadena de valor. Indudablemente, esa rebaja mejorará la competitividad de la empresa en todos los sentidos.
Reducción de riesgos: diversificar las inversiones puede funcionar muy bien para sortear los problemas asociados a los ciclos económicos. No en vano, adaptarse a las oportunidades y tener varias opciones, siempre que se gestionen correctamente, es positivo para la empresa.
Mayor actividad económica: los países receptores de la inversión captan recursos y se genera una actividad económica. En consecuencia, es un factor que puede contribuir a dinamizar el país a través del cobro de tasas e impuestos.
Empleo local: cuando una empresa invierte, se fomenta en mayor o menor medida el empleo local. El caso paradigmático en el que pensamos es el de las fábricas que deslocalizan la producción, pero también sucede con empresas agrícolas, de logística, construcción o servicios. La mayoría de las veces, esa inversión es positiva para el empleo local a corto plazo.
Adquisición de tecnología: en los casos de las Joint Ventures o de las integraciones verticales, lo habitual es que las empresas del país de inversión introduzcan nuevas tecnologías de producción más sostenibles. Este es un valor que se introduce en el país de recepción que, de otra forma, sería más complicado, sobre todo en el I+D+i.
La inversión extranjera directa es una opción muy interesante de posicionamiento en nuevos mercados en auge. De ahí que cualquier profesional del mundo de la empresa deba conocer cómo funciona, sus características y beneficios.