Las energías sucias o contaminantes están en el punto de mira de los distintos organismos e instituciones públicas.
Cuando se habla de sostenibilidad, hay que destacar el papel de las energías renovables en el camino de la lucha contra el cambio climático. Además, es importante diferenciarlas de las energías sucias. De hecho, ambos tipos son prácticamente opuestos.
La energía sucia es aquella que genera algún tipo de residuo que es perjudicial, bien para la atmósfera, bien para el entorno. Las energías renovables, en cambio, son aquellas que se pueden conseguir fácilmente sin riesgo que se agoten.
No obstante, hay que señalar que una energía renovable no tiene por qué ser limpia. Esto significa que hay energías renovables como la hidroeléctrica que son sucias. A continuación se detallan las más energías sucias más importantes y su impacto.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), a través del UNDP, apuesta por un desarrollo energético asequible y limpio para 2030. Esto implicará reducir el uso de energías sucias y apostar por la energía eólica, solar o termal.
Las cifras son harto elocuentes, ya que las energías son las responsables del 60 % de los gases de efecto invernadero. En consecuencia, el cambio es perentorio si se quiere asegurar un acceso universal sin consecuencias catastróficas para el planeta. Y, evidentemente, para ello, hay que preparar un proceso de transición de unas fuentes de energía a otras. La mayoría de las industrias están diseñando planes a medio plazo para alcanzar los objetivos que exigen los gobiernos.
¿Cuáles son las principales energías contaminantes? Lo cierto es que el foco se puede poner en cinco, básicamente. Hay que destacar las siguientes fuentes por su impacto en la atmósfera y en el entorno:
La energía nuclear tiene un potencial destructivo alto por los residuos radioactivos que genera. Estos tardan millones de años en perder su carga, lo que implica un peligro potencial para las zonas próximas.
Por otra parte, la construcción de las centrales y su funcionamiento requiere de un uso de materiales escasos. No en vano, las centrales nucleares funcionan con uranio y plutonio, que son de difícil acceso. Además, el funcionamiento es inestable y, en caso de accidentes como los de Chernóbil o Fukushima, las consecuencias en el entorno son letales.
Aunque la contaminación que genera en el momento no es de las más elevadas, es una energía que tiene una capacidad destructiva muy elevada.
El gas natural es una fuente de energía fósil y, como tal, genera residuos y emisiones contaminantes. Por otra parte, esta fuente energética es finita.
Además, hay que recordar que el gas, para su adecuado transporte y almacenamiento, hay que licuarlo. Esto implica la construcción de infraestructuras costosas que, indudablemente, tienen un impacto ecológico significativo. El resultado es que puede generar problemas importantes de salubridad en caso de fugas.
Sin embargo, es conveniente señalar que su impacto es mucho menor que el de otros combustibles fósiles como el petróleo. En los últimos años, ha ganado protagonismo en sistemas como la calefacción.
La energía hidroeléctrica tiene un potencial contaminante derivado de las infraestructuras necesarias para su funcionamiento. No en vano, la construcción de embalses implica anegar valles y, en ocasiones, poblaciones enteras. Además, la construcción de los depósitos libera grandes cantidades de metano.
Pero, más allá del impacto social innegable, hay que decir que también hay un impacto ecológico. En primer lugar, porque se elimina fauna y flora que se sumerge, a la vez que se alteran los ecosistemas. El segundo motivo es que la calidad de las aguas se reduce porque se contaminan. Estamos, pues, ante una fuente de energía sucia con un impacto elevado, sobre todo en el entorno.
Es importante señalar, no obstante, que esta energía tiene un nivel de emisiones bajo y, además, es renovable. Esta es la razón por la que sigue utilizándose con profusión.
El carbón fue la principal fuente de energía asociada a la industrialización y una de las más importantes de origen fósil.
Lo que sucede es que el potencial de contaminación de esta energía es muy alto, ya que libera grandes cantidades de CO₂. La preocupación es tal que se calcula que, de no avanzar el proceso de descarbonización adecuadamente, en 2030 el carbón será responsable del 60 % de las emisiones de este gas. La mayoría de los Estados ponen como horizonte el año 2030 para dejar de quemar carbón para producir electricidad.
Las intoxicaciones masivas de carbón han generado grandes problemas en las aglomeraciones urbanas. Un ejemplo es el de la Gran Niebla de Londres, generada por la combustión de carbón para las industrias, los transportes y los hogares, entre los días 5 y 9 de diciembre de 1952.
Las urgencias para realizar una transición energética ordenada llevan a que se dé importancia a los puestos de ingeniería industrial.
El petróleo ha sido el protagonista de la industria del siglo XX y, al igual que el carbón, es una energía fósil.
Los problemas del petróleo son similares a los del carbón. En primer lugar, porque el riesgo de vertidos marinos de petroleros es letal para el ecosistema, aunque esté a cientos de quilómetros, como sucedió en 2002 con el barco Prestige. Otro motivo importante radica en la cantidad de dióxido de carbono (CO₂) y dióxido de nitrógeno (NO2) que libera. Aunque son multitud las industrias que utilizan derivados del petróleo, hay que hacer referencia especial al automóvil.
Algunos Estados como Francia han establecido un límite en 2040 para la venta de vehículos con motores de combustión que utilizan petróleo. Por lo tanto, estamos también ante una energía en transición.
Las energías sucias están llamadas a ser sustituidas por energías limpias que no generen impacto medioambiental. Cualquier estudio en ingeniería industrial tiene que centrarse en proporcionar alternativas de desarrollo viables.